18 diciembre 2009

VIVIR

Cuanto daría por que todos supiéramos comprender la gran realidad divina de nuestra existencia humana. Vivimos, mas no comprendemos lo que es propiamente vivir. Yo, apenas lo intuyo.

Por un lado, se nos presentan ideas nobles, grandiosas, que nos hablan de dignidad, de valor, de bondad, heroísmo, generosidad, compromiso,
y trascendencia personal en la historia de la humanidad, esto a nivel natural. Después conocemos otras ideas que nos hablan de Dios, de amor de Dios, de amor a los demás, de entrega de si, de vida eterna, de trascendencia sobrenatural. Pero todo lo vemos como muy lejano, y casi para gente especial y única. O para pobres ingenuos. Porque decimos: la realidad es muy distinta.

La verdadera realidad -decimos- es la nuestra de cada día, (quizás nos conformemos con eso) y nos dispersamos en mil cosas pequeñas e inconexas, que nos tiran para un lado y para otro, Nos levantamos cada mañana sabiendo mas o menos lo que tenemos que hacer, ponemos el piloto automático, y nos dejamos casi llevar por el, hasta que nos vamos a dormir. Así cada día de nuestros santos días.

¿Y que hay de esas ideas de grandeza que se asoman cada tanto en el horizonte de nuestras existencias reclamando atención? Que una y otra vez sepultamos casi en forma instintiva, pero que no podemos eliminar por completo porque vuelve siempre con cada crisis en forma de vacío interior.

Si procuráramos al menos darle alguna importancia! Dejar la comodidad que nos brinda el piloto automático, y comprometernos de verdad en la lucha de una vida superior. Si procuramos ser concientes en cada momento de esta realidad maravillosa, cuantas cosas dejaríamos de hacer y cuantas incorporaríamos.

Que sentido tendría para muchos vivir para acumular poder y riqueza sabiendo que lo perderán de un momento a otro, cuando les toque su día final. Que sentido tendría para todos vivir solo para asegurarnos un buen pasar sin sobresaltos. Que los bienes materiales no valen mas que para vivir mejor la vida.
Pero no es mejor ninguna vida reducida a la miseria de tener un techo bajo, el techo de nuestra propia corta visión.

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