14 abril 2012

ESPIRITU Y CUERPO

Ayer recordé un dicho que conozco hace mucho tiempo. Como tantos otros que alguna vez escuché o leí, éste me quedó grabado a fuego por la verdad que encierra.   Por lo menos yo observo mis propias manifestaciones interiores y en mi se da perfectamente.
Dice así: “el alma y el cuerpo son como dos enemigos inseparables y dos amigos que no se pueden ver”

Según entiendo y observo:

El cuerpo desea cosas que el espíritu rechaza, porque esas cosas que el cuerpo desea le entorpece su expansión o le priva de libertad. Por su parte el espíritu anhela, mira y aspira a cosas que al cuerpo no le interesan.
El cuerpo desea cosas inmediatas, el espíritu las permaneces. El cuerpo responde en forma instantánea a las cosas exteriores, se estimula con rapidez. El espíritu es lento para el gozo, pero sus estímulos son profundos y duraderos.  El cuerpo goza y se apega a lo que le da placer. Se apega, porque siempre desea repetir el gozo, volver a vivirlo, y así seducido por sus encantos se va esclavizando cada vez más a ellos y adormeciendo su espíritu con ellos.
El espíritu aspira y desea cosas elevadas, el bien, el amor verdadero, lealtal, aspira a los grandes ideales, al heroísmos, a la paz, la capacidad de actuar, etc. En pocas palabras, desea una felicidad perdurable y común, no simples momentos placenteros y egoistas que el cuerpo se empeña en repetir para sentirse vivo. Y en esta pelea permente viven estos dos amigos que están obligados a convivir, pelea, que hay que aclarar, se da mientras hay vida, porque se muere de dos maneras, cuando el espíritu se separa del cuerpo o cuando el cuerpo mata al espíritu dominándolo absolutamente.

Por eso creo que el gran desafío individual, las grandes batallas a librar en la vida está aquí, y lo creo de vida o muerte. Este es el terreno donde creo se debe dar la guerra. ¿No nos damos cuenta que eso de hacerle la guerra al otro no es más que un intento absurdo de no querer vernos y luchar contra lo más bajo de nosotros mismos?

Entonces, el gran desafío lo plantearía con una auto pregunta:

¿Estoy dispuesto a encarar la guerra a muerte a todas las seducciones materiales y corporales? ¿Estoy dispuesto a que mi espíritu gobierne mis apetencias, las ordene y les de su justo espacio. ¿Quiero de verdad cambiar mi vida y elevarla a la categoría que le corresponde como hijo de Dios, aunque no crea en Dios, y como hermano de los demás, auque no crea que son mis hermanos, con virtudes reales, no solo pregonadas?

¿Quiero de verdad hacer algo bueno de mi vida o simplemente quiero darme la “gran” vida, sin lograrlo nunca y contribuyendo con mis omisiones y deficiencias a que todo siga igual o peor?

¿Quiero de verdad ser feliz, con una felicidad que provenga del espíritu, aunque para llegar tenga que renunciar a todas aquellas cosas que me lo prohíben?

Si estoy dispuesto ya es un gran comienzo. Luego me quedará trabajar el espíritu para determinarme firmemente en ese sentido.