11 septiembre 2009

RIGOR

Según entiendo y observo:

Ante una educación rígida, se puede esperar como reacción: personas miedosas y sumisas o amargas y rebeldes.

La rebeldía de los jovenes de la segunda mitad del siglo XX -entre los cuales me incluyo en alguna medida- que hizo su explosión principalmente en Europa y Estados Unidos en los años 60/70 pedían a gritos, en forma pacifica y violenta, la liberación de todo lo que significaba “atadura”. Esta fue una reacción a la rígida educación hasta entonces conocida. Una educación a los golpes.
Con esta idea de liberación tuvieron un protagonismo importante los movimientos anarquistas de la primera mitad de siglo, “grandes influyentes“ en la fiebre revolucionaria de aquel entonces.
Que explotó encarnándose en el movimiento hippie de entonces. Movimiento que quedó en el tiempo, aunque sus ideas siguen presentes –ajironadas- en muchos de aquellos jovenes hoy creciditos.

Para entender el sentido de educación y el de libertad es necesario ubicarlos en su verdadero contexto, nunca fuera de el.
El único contexto desde donde se entiende todo sin deformar, es el contexto del amor. El gran error liberal y anarquista, para mí, fue no entender que no había que romper con el amor, fuente de vida, sino solamente había que purificar sus aguas. Pero, así somos los hombres de drásticos e impacientes, queremos todo rápido y de una. El amor da sentido a todo. Sin el, o nada tiene sentido, o se le da un sentido deformado.
Para entender la palabra amor primero hay que sacarla del contexto en el que el liberalismo la colocó. Ya que entienden el amor en un contexto sexual. Y el amor no tiene sexo. El sexo, a lo sumo es un camino para llegar o encontrar al amor, pero solo un camino, ni el único. Si el sexo es camino “para”, no puede ser a si mismo fin. De esta manera el “para” se convierte en “mi” . Sexo para mi. Para mí placer. Nada de amor.

El amor es comprensión, cariño, paciencia, apoyo, contención, protección. Pero no solo eso, necesita para ser verdadero sus opuestos para equilibrar. Por eso también es fortaleza, templanza, reciedumbre. Condiciones que tienen que estar en quien educa. Pero, podríamos pensar que esta descripción del amor es tan ideal, tan teórica, que no se ve reflejada en la realidad. Es cierto. Pero esto no le quita valor. Si bien es verdad que cuando la ponemos en practica, cuando aplicamos la teoría, se desdibuja bastante por nuestras propias deficiencias, no es menos cierto que si las dejamos de lado las consecuencias son siempre peores.
Educar sin amor es inhumano. Educar solo por amor es deformante, porque la rigidez ocupa su lugar. La diferencia la hacemos cuando no solo educamos por amor sino “con” amor, con una mirada comprensiva, cariñosa, paciente. Por eso no podemos separar el “por” del “con” sin sufrir sus consecuencias negativas. De esta manera, los dos patillos de la balanza del amor (el platillo blando y paltillo duro) en un balanceo armónico reflejarían el deseo de bien del que quiere educar, porque quiere. Y la aceptación del que acepta ser educado, porque se siente querido. Y así se lograría el fruto de la buena educación.

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