14 enero 2011

CULTURA

La cultura actual sufre de un mal congénito, la apreciación de la realidad en forma parcial. Al centrar la atención exageradamente en el hacer y tener más que en el ser, y poner la mira del conocimiento humano más en los aspectos formales, prácticos, exteriores, productivos o sociales, que en el conocimiento de su propio mundo interior y de los componentes de su propia naturaleza, ha provocado inevitablemente la perdida y el sentido de la propia identidad y seguridad personal. Como si a un hombre que ha de recorrer miles de kilómetros no se le informara sobre el estado y las características de su vehiculo, por mucho que se le estimule sus deseos de viaje y sus sentimientos a favor, éstos no serán suficientes para vivir la experiencia en forma feliz aunque en el recorrido consiga momentos más o menos placenteros.

La cultura, aquello que engloba el pensar y sentir de los hombres de cada tiempo, nos muestra que no existe tal independencia de criterio, todos somos aquello que adoptamos y adherimos. Solo los genios, que suelen ser muy escasos, hacen algo verdaderamente nuevo. Todos los demás no hacemos más que adoptar y cuando pretendemos adaptar lo adoptado para presentarlo como nuevo comúnmente solemos hacer más mal que bien. Lo que ocurre que el orgullo del hombre pretende más de lo que el hombre es, y si no puede ser busca parecer.

Lo que hace la diferencia entre pensamiento de excelencia y vulgar no se mide por estadísticas, por ideas de mayorías o de minorías, ideas nuevas o antiguas, sino ideas acertadas o desacertadas. La historia da cabales muestras de grandes multitudes detrás de ideas enfermas y maliciosas. Como también a demostrado que de un mal jamás deriva en un bien. Tanto uno como otro, siempre dan como consecuencia un resultado afín a su principio.

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