22 julio 2009

APROPIARSE

El deseo de apropiación es un sentimiento común y universal de todos los hombres, de todos los tiempos, esto es una verdad absoluta. Lo que no quiere decir que todos hagamos de ese mismo sentimiento un mismo uso. Porque quien lo regula, es el razonamiento moral, y ahí la cosa se complica.

Apropiarse de los bienes ajenos tiene un limite evidente, no podemos traspasar el limite material. Podemos robarle al otro el auto, la casa, la mujer, etc. (no debemos, pero podemos) pero sus bienes espirituales no se lo podremos robar jamás, estos son intransferibles.
Pero, aunque no nos podemos apropiar de ellos, ni gozar de su posesión, sin embargo si podemos despojarlos de los suyos.
Quizás sea esta limitación nuestra, (de no poder gozar de esos bienes), la causa principal del porque de la envidia y su consiguiente manifestación externa, darles palos al hombre integro, al hombre moral o religioso activo. A ese que, en cuanto levanta la voz con su denuncia le caemos como aves de rapiña para encontrarle cualquier cosa real o imaginaria que pueda inculparlo, para bien de su desprestigio y para el mal de la causa que defiende.

La imputabilidad de éste reto al hombre moral o religioso puede estar atenuado y disminuido en lo personal por las intenciones y las circunstancias, ya que muchos no se dan cuanta de la injusticia que están cometiendo. Porque también, viendo la otra cara de la moneda, a los creyentes del bien moral y religioso nos pueda corresponder proporcionalmente una responsabilidad, la de mostrar una exposición falsificada de la doctrina moral recibida, o exponer adecuadamente el mensaje en los discursos pero defraudar después en los hechos, por defectos de una conducta personal poco exigida. agónica, descuidada o falsa.

Los bienes morales y religiosos conectan perfectamente con los deseos mas profundos del corazón humano, y no se oponen de ningún modo a la dignidad y el progreso del hombre, todo lo contario, cuando estos faltan el hombre vive desorientado o aferrado a falsas seguridades. Porque esta dignidad se funda y se perfecciona precisamente en el mismo Dios.
Pero la mala interpretación del mensaje divino y su negación, son las dos grandes causas del resto de las deformaciones del pensamiento de la humanidad. Es una pena enorme que teniendo un bien tan grande no lo sepamos ver.

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