20 junio 2009

MADUREZ

Los hombres no somos higos, ni cocodrilos, mucho menos dinosaurios. Las especies animales no maduran: crecen, desarrollan, envejecen, y al final mueren y se corrompen. Los higos, como cualquier otra especie vegetal, crece, se desarrolla, pero no mueren. Alcanzan un grado de maduración en la cual, si no se usa de alimento, comienza el proceso de descomposición o corrupción.
En nosotros los hombres, estas realidades se dan parcialmente, crecemos, componiendo nuestra vida, y descomponiéndonos muchas veces, pero podemos volver a recomponernos. Podemos madurar o no madurar nunca. Incluso, podemos corrompernos aún antes de morir.

Abrirse / Cerrarse

Muchas veces se identifica la madurez con la persona asentada en sus ideas, y por esta causa se cierra haciéndose menos permeables a los cambios, sin embargo, la apertura o cerrazón se identifica mas con la capacidades y posibilidades temperamentales que con la madures.
El cerrarse es una cuestión operativa y accidental que no tiene nada que ver en forma directa con la maduración en si. Y se puede ser tan maduro tanto al cerrarse como al abrirse, todo depende a que cosas uno se cierra y a cuales uno se abre. La cerrazón tiene un único sentido: no abrirse al error y al mal. El cerrarse esta bien cuando lo que creemos como mal, es mal. Y cerrarse esta mal, cuando lo que creemos como mal, es bien.

Cronología

Venimos al mundo con tres carpetas vacías que se llaman: “Creo”, “No Creo” y “Dudoso” A medida que vamos teniendo conciencia del mundo exterior vamos colocando en cada una la información que recibimos. A medida que crecemos, vamos pasando las cosas conocidas de carpeta a carpeta según los datos nuevos que vamos incorporando. Con el correr del tiempo, muchas cosas que creíamos, se nos desvanecen, y las pasamos de la carpeta “Creo” a “No Creo”, muchas de las cosas que dudábamos se nos confirman y las pasamos a la de “Creo”, y otras las pasamos o las dejamos en la de material “Dudoso”.
A partir del momento de nuestra llegada a éste mundo, nuestro ojos abren sus puertas de par en par a la realidad, en los primeros tiempos, somos simples y totalmente abiertos, por sencillez. Todo es maravilloso y creemos todo lo que nos presentan, pero a medida que crecemos, vamos recibiendo ciertas cosas que se perciben como amenazas y vamos desarrollando los mecanismos de defensa, los primeros “camuflajes”.
En la adolescencia, nos abrimos al mundo casi tragándonos la realidad, pero ante ese vértigo, como quien pasa de pobre a millonario en un día, nos mareamos, y ante el miedo de tanta novedad, los mecanismos de defensa van haciendo lo suyo y nos cerramos, por miedo a peder nuestra personalidad, y ser manipulados. Nuestra vida interior se complica y nos defendemos orgullosamente; diría: irrespetuosamente. Pero después pasan los años y aumenta la experiencia de la vida y vamos comprobando la poca solvencia de nuestras seguridades. Y esta experiencia nos indica que debemos abrirnos. Hemos llegado a ser adultos.
Así entramos en los años, en teoría de la “madurez”, y pasa un hecho curioso, empezamos a sentir que la vida esta echa, y creemos que la suerte esta echada, lo que no hicimos hasta ahora ya no lo podremos hacer, y estamos menos dispuesto a cambiar, y nos volvemos a cerrar, pero esta vez por cansancio y comodidad, ya no importa tanto si es verdad o no lo que creemos, o lo que no creemos, empezamos a pensar en función de pasado, “es lo que tenemos”,” lo que hemos hecho”. Y nos quedamos con el auto modelo setenta antes que abrirnos a uno nuevo.
Estas etapas, en la realidad no es tan absoluta como en esta descripción, pero se entiende su sentido general.

La madurez verdadera, esta mucho mas cercana a la personalidad del que mantiene el alma joven -entusiasta ante un mundo desconocido- y el espíritu de un niño -que sencillamente se admira ante la vida-, con la sabiduría de un viejo consumido por los años, que sigue manteniendo la idea, de que es mas valioso lo que le queda por aprender, que entretenerse con lo aprendido.

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