13 enero 2011

LA VERDAD, MI VERDAD, TU VERDAD

Es inevitable que infinidad de cosas influyan sobre nuestros pensamientos, no solo en cuanto a la dureza o condescendencia de nuestros juicios momentáneos, sino también en canto a nuestra propia forma de pensar.
Con el argumento de la inestabilidad de la condición humana, los estados anímicos que influyen sobre nuestros pensamientos, el tipo de educación que hemos recibido sumando las influencias a las que estamos expuestos, la vulnerabilidad de nuestra visión particular, de nuestra débil o debilitada voluntad, del exagerado apego a nuestros propios sentimientos, se pone el acento en que es la verdad de uno, o unos, contra la de otro, u otros, y que por tal causa nadie puede determinar cual es la verdad.
Esta realidad de la condición humana nos podria hacer pensar que no hay una verdad o por lo menos no es posible demostrarla, por tal causa lo más sensato seria vivir siempre en una actitud permanente de duda.
Pero esto, que se da solo en la teoría, pocas veces se ve reflejado en la realidad concreta, ya que, si nos mantenernos en un estado permanente de duda, significaría que la duda es lo verdadero. Y por otro lado, para ser coherentes con el pensamiento de que la verdad universal, absoluta u objetiva no existe o no puede ser determinada, deberían los que así opinan no defender tampoco ninguna de sus propias ideas y mantenerse siempre en esa duda metódica que planteó el padre de la filosofía moderna.

Y si la verdad es puesta en duda, mucho más dudosa es la misma duda. Duda siempre parcial, porque se da casi exclusivamente con los planteamientos que se dan fuera de nosotros mismos, cuando la opinión de otro contradice la nuestra, negando o poniendo en duda lo que no nos cierra. En nuestra propia intimidad mantenemos una actitud hacia nuestra propia verdad como si cada uno fuéramos la justa balanza donde hay que recurrir para determinar que es verdadero.
Tener como parámetro para creer en un argumento determinado que es defendido como verdadero, que nos parezca bien y que su sentido encuadre en nuestros propios esquemas mentales esta en contradicción con el mismo pensamiento relativista y solo se entiende por la enquistada soberbia de cada unos que ciega toda posibilidad de buena voluntad.

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