24 septiembre 2010

PRUDENCIA

Una historia que no es cuento, pero...

Cuando yo era chico jugaba con frecuencia al ajedrez, tenia un asiduo contrincante, mí hermano. Estadísticamente, los resultados eran parejos cuando lográbamos terminar la partida porque mí hermano tenia una simpática particularidad, cuando veía próxima la derrota tocaba como por accidente una de las puntas del tablero, (no lo hacia por orgullo, creo que disfrutaba verme furiosos) así con éste conocido ritual lograba dar con las piezas por el suelo para terminar por el suelo los dos, no precisamente juntando las piezas. Del acaloramiento a las manos solo una fracción de segundos.
Hago un pequeño paréntesis para contarles la particularidad del tablero, éste era de unos 30x30cms. de una madera bastante dura, de unos 5 o 7 milímetros de espesor que se doblaba al medio como todo tablero pero en éste caso con sistema de bisagras metálicas. Hecho y pintado con la mano y la paciencia de papá. (No es que mí papá tuviera gustos toscos, es que se había cansado de nuestra falta de cuidado con tableros de cartón).
Un día, estábamos jugando una partida “silenciosa” en nuestro dormitorio en el preciso momento que dormía la siesta nuestro querido viejo, (no es que papá durmiera en nuestro dormitorio, es que era el único). No se porque estábamos sufriendo una partida de ajedrez en esas circunstancias teniéndonos que cuidar de no hacer ruido y con tanto lugar afuera. Lo único que se me ocurre pensar que quizás estábamos en penitencia. (¿sabrán lo que es eso los chicos de hoy?)
Comento especialmente éste día no porque esa partida singular se desarrollara con la pretensión de silencio absoluto, ni porque nuestro papá dormía la siesta en ese preciso momento , sino porque ese día la partida terminó peor que de costumbre, mejor dicho termino igual, el resto terminó diferente.

Terminó con mamá en el medio entre nosotros y los ojos desorbitados de papá y su cara enrojecida de indignación, y sus pelos parados por la furia (o por la almudada, no lo tengo claro) lo cierto es que le faltaba solo que le saliera espuma por la boca. Que había ocurrido. Ocasionalmente dormía panza arriba con sus pies en posición vertical, obviamente no cabe otra forma, (salvo en un cuadro de Picasso), dormía placidamente hasta que recibe el mismísimo tablero de madera de canto entre los dedos de uno de sus pies después que yo descargara mí furia tomándolo de una punta y arrojándolo al aire.

Si buscas una moraleja podes encontrar la que quieras o no encontrar ninguna.

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