11 septiembre 2010

GUERRA

Aunque la cultura de hoy nos ha convencido que todo cambia y todo es relativo, hay cossa que no cambian. Como por ejemplo, la guerra que alguna vez emprendió el mal contra el bien en aquel mítico episodio de Caín contra Abel y que perdurará hasta el el fin de los tiempos. Las fuerzas del mal representada por el genio del mal, el demonio, que juró no solo no servir a Dios sino venganza, hacerle la guerra para medir –absurdamente- sus fuerzas con su mismismo creador, de ahí proviene ya la insensata pretensión.

Al margen de que creamos en la veracidad de estos hechos, hay una realidad evidente que no se puede desmentir, por los efectos se sospechan o conocen también las causas.
Estos dos antagonismos ejercen sobre cada individuo en particular una fuerza –no determinante- para que, como pieza de ajedrez, haga su movimiento en el gran tablero mundial. Piezas que van quedando afuera y no vuelven, pero que dejan su huella, su marca y su herencia.
En la realidad no ajedrecista, no importan las fichas blancas ni las negras, no importa tampoco si ganan unos u otros, porque no hay ganador ni perdedor en masa. Gana simplemente el que haya jugado limpio. Y los sucios perderán aunque no lo crean.

Las furzas del bien y del mal seducen a cada individuo de distinta manera y con distintos atribuiros. Y cada uno, predispuesto también de diferente manera ante dicha seducción, no somos tampoco en en éste sentido todos iguales, como dicen por ahí.

Los atributos del mal para seducir “tocan” las cuerdas gruesas, las que están más próximas a la superficie, las sensibles, las que nos estimulan en forma inmediata, toca la curda y ya sentimos, la pasión que se desborda y nos hace sentir “felicidad”. Cierto sentimiento de “felicidad” al vengarnos, al odiar, a despreciar, a anular, a poseer, etc. y busca lo que sea para su fin, natural o artificial, para que volemos fantásticamente por los senderos de la irrealidad. Siempre ejerce un efecto de satisfacción inmediata pero que se vuelve en contra para oprimirnos con el tiempo, ¿se puede esperar del mal otra cosa? Tiene la particularidades de dejar su lastre, que aplasta poco a poco al individuo para dejarlo sin aire y sin verdadera libertad.

Los atributos del bien no son muy seductores a simple vista, están como ocultos, hay que buscarlo, no ofrece en masa, da a cada unos según sus deseos de bien, no hace alarde para que lo encuentre el que lo busque y que lo tome el que lo quiera, es como una brisa suave que pasa y refresca el caminar, no es pegajosa, ni opresora, es portadora de paz.

Si por ahí te dicen que el bien hace la guerra, que es intolerante y violenta. No les creas, son las fuerzas del mal infiltradas.

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